jueves, 18 de enero de 2018

ANÉCDOTA EL PREMIO

ANÉCDOTA EL PREMIO
Un día envié un mensaje de texto del celular para participar en un concurso de la televisión. Ya lo había hecho otras veces y no me había ganado nada, pero enviar un mensaje de texto no era costoso así que lo envié de nuevo. Gané cien quetzales y brinqué de alegría. Mis hermanos y mi mamá también lo celebraron, nunca nadie de nosotros había sido mencionado en la tele ni ganado nada. 
Me llamaron por teléfono para verificar mis datos y me dijeron que fuera al canal de televisión durante la semana para recoger el efectivo. No me preguntaron dónde vivía, solo me indicaron que no depositaban a cuentas bancarias, que no se lo darían a nadie más y que me daban dos semanas para ir por él, de lo contrario me quedaba sin premio.
Vivo en Quetzaltenango y tenía varios años de no visitar la capital y pensé que sería bueno ir a dar un paseo. En ese entonces trabajaba en un kiosko en un comercial y decidí ir un jueves, que era mi día de descanso. No había cumplido todavía los diecinueve años y ganar algo de repente era como un anuncio de que las cosas podrían mejorar y que algún día lograría ser algo más que un empleado de comercial al que nadie nota. El destino probablemente me hablaba y me decía que esto solo era el principio. Fui feliz.
El día en que me fui toda mi familia me fue a despedir al bus, que tomé a las cinco de la mañana. Hacía mucho frío. La que sonreía más era mi hermana Clara, de nueve años, a la que me tocó cuidar de bebé, cuando mi mamá se iba a trabajar. Mi hermano Andrés, de 12 años, ya me había pedido diez quetzales para comprar una cocacola y unos tortrix.
Programé en el celular mi mejor música para el camino. Vi el amanecer por la ventanilla, los celajes anaranjados parecían decir que ahora sí, la suerte había cambiado. Cuando llegué al canal eran las once de la mañana y me recibió una secretaria mal encarada. Parecía estar molesta con todo el mundo. Le dije a qué iba y me mandó a una ventanilla en la que me dijeron que debía esperar a un tal Armando, que me daría el premio y me haría una entrevista. ¡Aparte de ganar el premio, saldría en la tele!
En mi interior pensaba en que si Gloria mi vecina de kiosko me miraba la tele al fin aceptaría almorzar un día conmigo y platicar. El tal Armando salió apurado, me llevó casi corriendo a un set, en donde un camarógrafo nos filmó. Me preguntó frente a la cámara que qué tal me sentía  y a quién quería saludar. Dije que estaba contento, y que saludaba a mis hermanos y a mi mamá en Xela. Después de eso me sacó deprisa y salí de ahí contento, feliz de haber ganado algo.
Caminé hacia la calle en donde pasaba el bus de regreso; no quedaba lejos del canal. Tenía hambre pero quería llevar el billete a casa para enseñárselo a mamá. Había llevado aparte lo del bus. Subí al bus contento y el viaje lo sentí corto. Caminando hacia mi casa de regreso de un callejón salió un asaltante que con cuchillo en mano me dijo que le diera todo mi dinero. Por detrás también había otro, lo miré cuando volví a ver con la intención de salir corriendo. Me asusté y a pesar de la rabia seguí el consejo de mamá, de dar el dinero para que no me lastimen.
Llegué a casa cansado, con hambre y furioso. Mi hermanita abrió y me dijo que me había visto  en la tele y que estaba contenta. Yo le dije que con el premio la iba a invitar a una pizza y entramos los dos de la mano al pequeño cuarto en donde vivíamos los cuatro, ubicado en una casa de dos niveles en donde vivían otro montón de gente y de donde había pensado yo en mis sueños que podíamos salir si la racha de suerte seguía. A mi hermano le dije que tenía que hacer sencillo el billete antes de darle sus diez quetzales.  Hice unos huevos revueltos y algo de café para la cena y esperamos junto a mis hermanos que llegara mi mamá del trabajo. Nos dormimos antes de que llegara.
Pronto me quedé dormido y al siguiente día salí muy temprano para no tener que contarle a mi mamá que me habían robado el premio.

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